Jesús dijo a sus discípulos: «Así está escrito que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros seréis testigos de estas cosas. Mirad, voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto».
Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante Él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.
«Nosotros somos el cuerpo de Cristo» © Permiso pedido a CVX joven de Chile
Curiosa forma de quedarte, Señor,
sin imponer tu presencia,
sin apagar la sed,
sin convertir la fe en evidencia.
Y curiosa forma de irte
sin atarnos a la ausencia,
sin dejarnos solos,
sin forjar tristezas.
Y así, de ese modo,
ausencia y presencia
siembran en nosotros
hambre de respuestas.
Y eres espíritu,
aliento, fuerza.
Eres la palabra
que a veces aquieta
y a veces golpea.
Eres el silencio
poblado de historias,
eres la justicia
que llama a la puerta,
eres un profeta
pidiendo justicia,
eres el soldado
sin arma ni guerra.
Por eso te fuiste,
y así te nos quedas.
(José María R. Olaizola, SJ)