Jesús habló así a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día no me preguntaréis nada».
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Señor, a veces me toca llorar y lamentarme, mientras alrededor me parece que el mundo se divierte, que todo el mundo tiene motivos para la alegría. A veces estoy triste, me pesan tus palabras, me falla el amor o me falta tu justicia. Pero confío en tu promesa. Sé que mi tristeza se convertirá en alegría. Como la mujer que va a dar a luz y está preocupada antes del parto; cuando ha nacido su bebé ya no se acuerda del temor, y al tener a su hijo en brazos no puede contener la alegría. Como el niño que espera, con desasosiego, un regalo que no termina de llegar, pero que cuando al fin lo tiene se entrega al juego con júbilo. Como el hombre que no encuentra trabajo y pelea con el desaliento, pero el día que al fin consigue un contrato es el más feliz del mundo. Como el enfermo que recibe un diagnóstico liberador. Como el enamorado que se atreve a declararse, y descubre por fin que su amor es correspondido. Yo a veces estoy triste, pero luego, de maneras inesperadas, me vuelves a visitar, y me llenas de una alegría que nadie me puede quitar.
(Rezandovoy)