Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Porque dijiste: «La misericordia es un edificio eterno», más que el cielo has afianzado tu fidelidad.
Encontré a David, mi siervo, y lo he ungido con óleo sagrado; para que mi mano esté siempre con él y mi brazo lo haga valeroso.
Mi fidelidad y misericordia lo acompañarán, por mi nombre crecerá su poder. Él me invocará: «Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora».
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Quiero cantar la vida que empieza,
tararear las dudas que a veces me detienen,
y convertir en música las lágrimas.
Quiero hacer una balada de justicia
y una samba para pronunciar la paz en mil idiomas.
Que el perdón se cante como una rumba
y la esperanza se anuncie con tambor.
Que la fe tenga la letra de un bolero
y tu historia, fascinante y única,
sea un villancico para todo el año.
(José María R. Olaizola, SJ)