Jesús habló así: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Pero no seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les contó esta parábola, pero ellos no comprendieron lo que les hablaba.
Entonces Jesús les dijo de nuevo: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido delante de mí son ladrones y salteadores; pero las ovejas no les escucharon. Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto. El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».
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Dime cómo se llega
a la tierra añorada,
donde no hay gestos
de desprecio,
se conjuga
el encuentro,
se vive
la fiesta,
se canta
la justicia,
se invierten
los órdenes
de primeros y últimos.
Dime cómo se entra
en la lógica
del amor desnudo,
en la desmesura
del perdón infinito,
en la ciudad
de las alianzas
entre Dios y nosotros,
donde no hay
llanto invisible
tras muros de aflicción.
Yo soy la puerta,
dices.
Y al fin comprendo,
que tu evangelio
está abierto
para quien quiera
alcanzar
el horizonte
que prometes.
(José María R. Olaizola, SJ)