Se decían los impíos, razonando equivocadamente: «Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida; presume de conocer a Dios y se llama a sí mismo hijo de Dios. Es un reproche contra nuestros criterios, su sola presencia nos resulta insoportable. Lleva una vida distinta de todos los demás y va por caminos diferentes. Nos considera moneda falsa y nos esquiva como a impuros. Proclama dichoso el destino de los justos, y presume de tener por padre a Dios. Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte. Si el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos. Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia. Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según dice, Dios lo salvará». Así discurren, pero se equivocan, pues los ciega su maldad. Desconocen los misterios de Dios, no esperan el premio de la santidad, ni creen en la recompensa de una vida intachable.
«Entrega» © Permiso pedido a Schoenstatt Monterrey
Maquinan, sin cesar,
planes, estrategias,
hojas de ruta, relatos.
Diseñan polémicas.
Amañan veredictos.
Cualquier medio sirve
para ocultar la verdad.
La verdad es que no aman.
La verdad es que adulteran
la vida, a base de cargas.
La verdad es que desprecian
a quien no controlan,
que se creen de mármol,
pero son del mismo barro
que aquellos a los que atacan.
A Dios mismo
mandarán callar,
si contradice
sus discursos engañosos.
Pero el Justo no se rinde.
Su silencio será más audible
que los aullidos
de esta jauría.
Su denuncia desmontará
el andamiaje de normas
que encubre la codicia
de quien manipula
memorias y destinos.
Su amor despertará
los corazones de piedra.
Su verdad desnudará
los discursos inhumanos
de quien se nutre del odio.
Su cruz
romperá
las resistencias.
Su libertad
nos salvará.
(José María Rodríguez Olaizola, SJ)