Esto dice el Señor: «En tiempo de gracia te he respondido, en día propicio te he auxiliado; te he defendido y constituido alianza del pueblo, para restaurar el país, para repartir heredades desoladas, para decir a los cautivos: ‘Salid’, a los que están en tinieblas: ‘Venid a la luz’. Aun por los caminos pastarán, tendrán praderas en todas las dunas; no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el bochorno ni el sol; porque los conduce el compasivo y los guía a manantiales de agua. Convertiré mis montes en caminos, y mis senderos se nivelarán. Miradlos venir de lejos; miradlos, del Norte y del Poniente, y los otros de la tierra de Sin. Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados». Sion decía: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré.
«En él solo la esperanza » © Autorización de Cristóbal Fones
«J.S. Bach on the Lute» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
En los días buenos te he respondido. Cuando las cosas iban bien yo estaba contigo. Te cuidé y te hice sentir que éramos aliados. También en tus sombras, en los días grises, en los momentos de oscuridad, he querido gritarte: «¡Ánimo! ¡Sal! ¡Ven a la luz! No te rindas».
Habrá en tu camino lugares donde descansar. Habrá pan en tu mesa, y aunque haya etapas de desierto, te llevaré hacia oasis donde puedas reponerte. Yo, que te guío, te quiero con pasión. Haré que tus pasos encuentren el sendero y que puedas sortear las dificultades. E igual que tú, otros muchos, hombres y mujeres, de todos los países, de todos los tiempos. Juntos cantaréis, y os alegraréis, cuando os deis cuenta de quién soy Yo.
Sé que a veces pensarás que te he abandonado, que no me oirás, que te asaltará la duda, la desazón o la incomprensión, y te preguntarás si acaso te quiero. Pues bien, no lo dudes: jamás te olvidaré ni dejaré de amarte. Más incluso de lo que una madre quiere al hijo salido de sus entrañas. Yo, tu Dios, te quiero.
(Rezandovoy, adaptación de Is 49, 8-15)