Jesús dijo esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo’. El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: ‘¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador’. Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
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Y me parecen pocas, Jesús,
que se hable sólo de dos,
de dos clases de personas
que suben al templo a orar.
Siempre que a tu encuentro subo,
conmigo suben muchas más.
La que a menudo va por delante
es mi imaginación, con sus planes
y sus sueños, distracciones
e ilusión. ¡Cómo cuesta centrarla,
cuestionarla o hacerla callar!
¡Que peligro! suelta de la realidad.
Es compañera de viaje, a veces,
la resignación. Vestida de pesimismo
informado y rutinas de corto riesgo,
no advierte que nada transcendente
o nuevo puede aflorar en aquel
que renuncia a desbordar.
Sube conmigo a tu encuentro,
también, mi pequeña vanidad.
Tan atenta y dispuesta contigo,
nunca le falta el «¡aquí estoy yo!»
¡Qué complejo desenmascararla!
¡Reviste tan bien mi oración!
No falta tampoco a la cita,
la prisa, sin dejar de mirar
al reloj. Siempre con las
cosas claras: santiguarse
y petición. Pragmatismo del
Espíritu ese «¡Concédemelo, Señor!»
Pero la que más tiemblo que suba
es mi angustia desaforada.
Se aferra como a clavo ardiendo
a la queja y la reclamación:
«¿Dónde estabas?» «¿no te importo?»
«¡Te estoy hablando!» «¡Quítamelo!»
Y sólo muy de vez en cuando
se impone a todas la escucha:
atenta, desinteresada, sin miedo.
Sentada, espera lo inesperado,
que del vientre de su silencio
nazca la senda de TU PALABRA.
(Seve Lázaro, SJ)