Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle». Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
«Enamórate» © Con la autorización de Centro Manresa, Córdoba (Argentina)
Nos gusta volver al Tabor.
Allí, por un instante
te descalzas,
bajas la guardia,
alzas la copa y brindas
por el amor, la amistad,
el Dios evidente
Allí te gusta quién eres,
la música acuna,
el espejo te devuelve
una alegría serena
y estás en casa.
¿Por qué abandonar
este oasis?
¿Por qué renunciar
al afecto seguro,
para regresar
a la tierra inhóspita,
a la gente difícil,
a las preguntas abiertas,
a las rutas inciertas?
¿Quién querría volver
a parajes de sombra,
donde aumentan las cargas
y el amor es esquivo?
Tú callas.
Te alejas de la seducción
de este Tabor envolvente
mientras te adentras
en los días complejos,
las vidas heridas,
la voz de los pobres,
la sed de justicia,
la fe batallada.
Ya a lo lejos, me miras,
y pides que escoja
la celda de oro
o seguir tus pasos.
(José María R. Olaizola, SJ)