Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: «Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». Pero ella replicó: «Señor; pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños». Él le contestó: «Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija».
Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
«Tiempo de alianza» © Difusión libre cortesía de Colegio Mayor José Kentenich
«Lines Build Walls» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Qué satisfechos van
los habitantes del pueblo elegido.
Miran, con discreto regocijo,
a quien no tiene acceso
al ala de los favoritos.
No es de los nuestros, piensan.
Con fingida humildad
agradecen a Dios
haber escogido
a los buenos.
De vez en cuando
aleccionan a esos parias
de otras tierras.
Habrías podido estar aquí.
Sólo tenías que ser como yo.
Quizás aún espera,
en su camino,
una cananea
para contarles
que un día Jesús le guiñó el ojo
al abrirle la puerta del Reino.
Y esos guardianes de las esencias
comprenderán, al fin,
en qué consiste el amor.
(José María R. Olaizola, SJ)