Un leproso se acercó a Jesús y, arrodillándose, le suplicó: «Si quieres, puedes limpiarme». Él se compadeció, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». La lepra se le quitó inmediatamente y quedó limpio. Jesús entonces lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; sino ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio». Pero cuando se fue, el hombre empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a él de todas partes.
«Si tú quieres» © Con la autorización de Ignis
Tú, Señor, has venido, me lo has pedido todo y yo te lo he entregado.
Me gustaba leer, y ahora estoy ciega.
Me gustaba pasear por el bosque y ahora mis piernas están paralizadas.
Me gustaba recoger flores, bajo el sol de primavera, y ahora no tengo manos.
Mira, Señor, cómo ha quedado mi cuerpo antaño tan agraciado.
Pero no me rebelo.
Te doy las gracias. Te daré las gracias por toda la eternidad,
porque, si muero esta noche, sé que mi vida ha sido maravillosamente plena.
He vivido el Amor y he quedado mucho más colmada de cuanto mi corazón haya podido ansiar. ¡Padre, qué bueno has sido con tu pequeña Verónica…!
Esta noche, Amor mío, te pido por los leprosos del mundo entero.
Te pido, sobre todo, por quienes la lepra moral abate, destruye, mutila y destroza. Es sobre todo a ellos a quienes amo y por quienes me ofrezco en silencio, porque son mis hermanos y hermanas.
Te ofrezco mi lepra física para que ellos no conozcan el hastío, la amargura y la gelidez de la lepra moral.
Soy tu hija, Padre mío; llévame de la mano como una madre lleva a su hijito.
Estréchame contra tu corazón como un padre hace con su hijo.
Húndeme en el abismo de tu corazón, para habitar en él, con todos a quienes amo, por toda la eternidad.
(Verónica, en Con infinita ternura, de los hermanos Jaccard)