Al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Entonces se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca». Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
«La lluvia de tu misericordia» © Difusión libre cortesía de Ixcís
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Ser casa
es saber esperar,
en silencio,
hasta que alguien quiera llegar,
a su tiempo.
Es tener la mesa puesta,
es venir a cada tanto,
es ser lugar que acoge
para ofrecer un descanso.
Es sostener las búsquedas
acompañar cansancios
abrazar dolores
y ensayar algún canto.
Es estar disponible,
comprender enojos
abrir espacios
y saber reírse,
de uno y con otros.
Ser casa
es saberse necesitado
y entender que, al llegar visitas,
siempre es uno el hospedado.
(Matu Hardoy)