Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio». Pasando junto al mar de Galilea, vio a Simón y a Andrés, hermano de Simón, echando las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres». Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Al instante los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras él.
«Levántate» © Difusión libre cortesía de Juan Ignacio Pacheco
«The Depths of a Year» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Me llamaste
cuando no esperaba.
No tenía tiempo,
ni tenía ganas.
¿A dónde querías
que me dirigiera?
¿De qué pretendías
que me despojara?
¿Por qué cuestionabas
mis seguridades?
¿A qué me llamabas?
¿No era, tu llegada,
otra vez lo mismo?
¿No era tu evangelio
una cantinela
ya domesticada?
No te conformaste
con que me escondiera
tras excusas pobres
y falsas palabras.
No me permitiste
levantar un muro
para defenderme
de tus enseñanzas.
A cada barrera
que yo construía
tu amor oponía
una nueva escala
con la que venciste
mi testarudez.
Y seguí tus pasos.
Compartí tus días.
Me senté a tu mesa
una madrugada.
Le diste la vuelta
a lo que soñaba.
Y ahora no comprendo
mi vida sin ti.
Contigo soy todo.
Fuera de ti, nada.
(José María R. Olaizola, SJ)