Juan el Bautista estaba con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Entonces Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: «¿Qué buscáis?». Ellos contestaron: «Rabí, ¿dónde vives?». Él les dijo: «Venid y veréis». Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; era como la hora décima.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías –que significa Cristo–». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas –que se traduce como Pedro–».
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Tú, Señor, me preguntas: ¿Qué buscas?
Busco un corazón donde descansen
mis fatigas mentales y mis dolencias emocionales.
Busco alguien que me abrace sin condiciones,
con quien no tenga que justificarme.
Busco una amable sombra
que me quite esta soledad que escuece y quema.
Busco una mirada que torne mi tristeza en sonrisa.
Busco un camino que me regale vida sin engaños.
Busco un lugar donde me sienta amado tal y como soy,
donde ame a los demás tal y como son.
Busco una palabra con sabor a infinito
que sostenga mis pasos dañados por mil historias
y apague tantas voces efímeras que se cuelan dentro.
Busco vinculaciones solidarias de carne y hueso
y así desconectarme de pantallas y espejos.
Busco un sentido, una dirección, un horizonte
a quien dirigir y dedicar mis días,
que movilice mi andar cada mañana.
Y ahora, Señor, te pregunto yo:
Tú, ¿qué buscas?
¿Tú qué crees?
Yo te busco a ti.
Déjate encontrar. Derriba tus barreras defensivas.
Ven conmigo. No será necesario explicarte nada.
Lo comprenderás todo. Conmigo empezarás a ver.
Yo soy todo lo que anhela y busca tu corazón.
(Fermín Negre)