Esto dice el Señor: «Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos inmemorables. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz, el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel. Se mantendrá firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor, su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la tierra. Él mismo será la paz».
«The promise fulfilled» © Autorización de San Pablo Multimedia
Todo empezó con un «Ven». O con muchos.
Ven a poblar nuestra soledad, decía el abandono
Ven a traer respuestas, pedía la inquietud.
Ven a sanar las heridas, clamaba la compasión.
Ven a tender puentes, proponían los abismos.
Ven a mostrarnos un camino, gritaba el extravío.
Ven a saciar nuestra hambre, rogaba la pobreza.
Ven a mostrarnos tu rostro, decía el amor.
Y Dios quiso venir.
Las llamadas desencadenaron una respuesta.
El silencio se abrió a la Palabra.
La Palabra se hizo carne.
La carne se volvió abrazo
y en ese abrazo cabíamos todos.
En Belén,
la soledad se encontró con el cariño.
La pregunta se convirtió en sabiduría.
Las heridas dejaron de doler.
Se trenzaron caminos en la niebla.
La mesa se dispuso para todos,
y Dios se hizo historia,
con rostro de niño.
Hoy, mucho tiempo después,
seguimos llamando: «Ven».
Es el momento de recordar
una respuesta que, desde entonces,
es promesa cumplida.
Dios-con-nosotros.
¡Para siempre!
(José María R. Olaizola, SJ)