Al pasar Jesús, le siguieron dos ciegos gritando: «Ten compasión de nosotros, hijo de David». Al llegar a la casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dijo: «¿Creéis que puedo hacerlo?». Contestaron: «Sí, Señor». Entonces les tocó los ojos, diciendo: «Que os suceda conforme a vuestra fe». Y se les abrieron los ojos. Jesús les ordenó severamente: «¡Cuidado con que lo sepa alguien!». Pero ellos, al salir, hablaron de él por toda la comarca.
«Lo nuevo ha comenzado» © Difusión libre cortesía de Nico Montero
En tus manos, Señor,
pongo mi misterio,
a veces duro,
sin la más mínima
grieta donde escarbar,
impenetrable superficie,
lámina de acero.
Y a veces difuso,
turbio y cambiante
como una humareda
donde se queman
mis días secos.
En tus manos dejo,
mis afanes y trabajos
sepultados en los surcos.
Sólo conoceré su verdad
cuando rajen la tierra
con sus hojas verdes
y su nombre propio.
En tus manos, Señor,
no sé lo que pongo,
pero sé que es mío
porque me enciende
y a veces me congela.
Y sé que es tuyo,
porque por mis grietas
respiro un aroma
que calma la ansiedad,
y me llega un canto
que no tiene estridencias.
(Benjamín González Buelta, SJ)