Jesús, al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Pues vendrán días sobre ti en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, te arrasarán con tus hijos dentro, y no dejarán piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de mi visita».
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Te pedimos la paz
que nos es tan necesaria
como el agua y el fuego,
la tierra y el aire.
La paz que es perdón
que nos libera
de la rabia y la ira,
de la envidia y la sangre.
La paz que es amnistía
de presos y exiliados
que desean un hogar
más digno y estable.
La paz que es libertad,
la vida siempre abierta
en la casa y en la fábrica,
en la plaza y la calle.
La paz que es el pan
amasado cada día
que se rompe en la mesa
con júbilo y con hambre.
La paz que es la flor
de tu reino que esperamos
y que hacemos más bello
y cercano cada tarde.
Te pedimos la paz,
y a nosotros nos pedimos,
porque somos hermanos
y Tú eres nuestro Padre.
(Víctor Manuel Arbeloa)