Los publicanos y los pecadores solían acercarse a Jesús a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Entonces Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: ‘¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice: ‘¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido’. Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta».
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Y dice Dios:
Yo no llamo a los buenos.
Yo llamo a los malos.
Los buenos ya tienen bastante
con su bondad.
Tienen virtudes,
valores,
méritos,
un historial de compromiso
escrito en un libro de oro
¿para que me quieren a mí?
Yo sólo puedo dar algo
a los malos.
A los que siguen haciendo pecados
después de haber prometido,
mil veces,
que van a ser buenos.
Yo les ofrezco el desierto,
una tienda
y mi compañía.
Es todo lo que tengo.
Les doy todo lo mío.
Para los buenos no me llega.
(Patxi Loidi)