Mientras Jesús hablaba a la gente, una mujer de entre el gentío, levantando la voz, le dijo: «¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero él dijo: «Dichosos, más bien, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».
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Existe desde el principio
y resuena hasta en los abismos.
Comienza con un balbuceo
y tiene tanta fuerza, que grita.
Jamás hueca
y cuando se pronuncia es danza, fiesta.
Sin el Espíritu es letra muerta.
Si se escucha y se pone en práctica,
bienaventuranza viviente
en los gestos,
en la vida, en las calles.
Es profecía, caricia, pasión,
dolor y resurrección.
Llevarla es pura vocación,
anunciarla es mandato, mandato de amor.
Saborearla se vuelve vital.
Es de todos, por eso, de Dios.
Dime, Palabra hecha carne:
en mi vida, ¿qué palabra tuya soy?
(Malvi Baldellou)