






Los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Entonces él les dijo: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco». Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a solas a un lugar desierto. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas.
                                                    «Busca mi rostro» © Autorización de Provincia Vedruna de Europa
                                                    «Native Intuition» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Gracias, Señor,
por las cosas elementales:
el rayo del sol
que no pregunta; 
la sombra de caoba con los brazos extendidos;
la tarde que murió ayer detrás de la montaña
sin oficio de difuntos;
el agua que trabaja su pureza en lo hondo de la sierra;
el aire que limpia mis pulmones mientras duermo;
la tierra viva
generando en las raíces
los frutos y colores…
La mirada transparente como una puerta de cristal;
la mano que disuelve el hastío al estrecharse;
el cántico común
que abre la existencia al nosotros infinito…
La herencia de los siglos,
      en el suero que me salva gota a gota,
      en el hilo de cobre que trae luz a mi noche,
      en el ojo insomne del radar en el espacio,
      en la página del libro que sana mi ignorancia
      y en los circuitos electrónicos
      que me unen al instante
      con todo el universo.
(Benjamín González Buelta, SJ)