Al salir de la sinagoga, los fariseos deliberaron cómo acabar con Jesús. Pero él se dio cuenta y se fue de allí. Le seguían muchos; sanaba a todos y les pedía encarecidamente que no lo divulgaran. Así se cumplió lo que anunció el profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, a mi elegido, a quien prefiero. Sobre él pondré mi Espíritu para que anuncie la justicia a las naciones. No gritará, no discutirá, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará, hasta que haga triunfar la justicia».
«Quiero construirte una casa, Señor » © Difusión libre cortesía de Colegio Mayor José Kentenich
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Mírame tú, Jesús de Nazaret.
Que yo sienta posarse sobre mí
tu mirada libre,
sin esclavitud de sinagoga,
sin exigencias que me ignoren,
sin la distancia que congela,
sin la codicia que me compre.
Que tu mirada se pose en mis sentidos,
y se filtre hasta los rincones inaccesibles
donde te espera mi yo desconocido,
sembrado por ti desde mi inicio,
y germine mi futuro
rompiendo en silencio
con el verde de sus hojas
la tierra machacada
que me sepulta y que me nutre.
Déjame entrar dentro de ti,
para mirarme desde ti,
y sentir que se disuelven,
tantas miradas propias y ajenas
que me deforman y me rompen.
(Benjamín G. Buelta, SJ)