Jesús se puso a recriminar a las ciudades donde había hecho la mayor parte de sus milagros, porque no se habían convertido: «¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Pues os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al abismo. Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que en ti, habría durado hasta hoy. Pues os digo que el día del juicio le será más llevadero a Sodoma que a ti».
¡Ay de aquellos
que saborean el dulce del azúcar en platos refinados,
pero no tienen paladar para la amargura del haitiano que corta la caña;
que miran la belleza en las fachadas de los grandes edificios
pero no oyen en las piedras el grito de los obreros mal pagados:
que pasean en carros de lujo por las nuevas avenidas,
pero no tienen memoria para las familias desalojadas como escombros;
que exhiben ropa elegante en cuerpos bien cuidados
pero no se preocupan de las manos que cosechan el algodón;
porque dejan resbalar sobre la vida su mirada de turistas
y no contemplan detrás de las fachadas con ojos de profeta!
¡Ay de aquellos
que sólo ven en el pobre una mano que mendiga
y no una dignidad indestructible que busca la justicia;
que sólo ven en los numerosos niños marginados una plaga
y no una esperanza para todos que hay que cultivar:
que sólo escuchan en los gritos de los pobres caos y peligros
y no oyen la protesta de Dios contra los fuertes;
que sólo contemplan lo sano, bello y poderoso
y no esperan salvación de lo más bajo y humillado,
porque no podrán contemplar la salvación
que brota en el Jesús marginado desde abajo!
(Benjamín González Buelta, SJ)