Jesús llamó a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas». Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí. Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos». Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran; expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Desnudos vinimos a la vida,
pura fragilidad y desconcierto.
¿Para qué acumulamos,
con los años,
seguridades
que encadenan?
Son tantos los por si acaso
que hacemos imprescindibles…
Hay que vivir
ligeros de equipaje
y no doblegados
por el miedo a perder
lo que nunca fue nuestro.
(José María R. Olaizola, SJ)