Al pasar, Jesús vio a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió. Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?». Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa ‘Misericordia quiero y no sacrificio’. Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores».
«Sancta Camisia» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Las viejas pesadumbres de mi barro
me enturbian la alegría de la fiesta.
Todavía el agua de mis ritos
no se ha convertido en vino nuevo.
Me asaltan palabras fratricidas
y corrompen mis encuentros.
Todavía no he aprendido
a beber veneno sin dañarme.
Situaciones amenazantes
me angustian el pecho y el futuro.
Todavía tiemblan mis pasos
al caminar sobre las aguas.
¡Señor del barro,
de las palabras y las olas,
ten piedad de mí!
(Benjamín González Buelta, SJ)