Jesús subió a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto se produjo una tempestad tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; pero él dormía. Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!». Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?». Se puso en pie, increpó a los vientos y al mar y vino una gran calma.
Los hombres se decían asombrados: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?».
«Llena este lugar» © Con la autorización de Maxi Larghi
¡Te necesito a Ti, sólo a Ti!
Deja que lo repita sin cansarse mi corazón.
Los demás deseos que día y noche me embargan
son falsos y vanos hasta sus entrañas.
Como la noche esconde en su oscuridad
la súplica de la luz,
así en la oscuridad de mi inconsciencia
resuena este grito:
¡Te necesito a Ti, sólo a Ti!
Como la tormenta está buscando la paz
cuando golpea la paz con su poderío,
así mi rebelión golpea tu amor y grita:
¡Te necesito a Ti, sólo a Ti!
(R. Tagore)