Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti; yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
Multiplican las estatuas de dioses extraños; no derramaré sus libaciones con mis manos, ni tomaré sus nombres en mis labios.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano. Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
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Yo te protegeré, hijo mío, hija mía, a ti que te refugias en mí. Tú me dices lo mucho que te importo. Mientras tantas personas me dan la espalda, se ponen otras metas, y se hacen pequeños ídolos intrascendentes, tú eliges creer en mí y vivir mi Reino. Yo soy tu herencia. Yo soy el manjar para que te alimentes, y el vino de tu copa. Tu suerte está en mi mano. Tú me tienes siempre presente, y sabiendo que voy contigo no tendrás miedo ni vacilarás. Yo te enseñaré el sendero de la vida. Y te inundaré de gozo, de alegría perpetua cuando estés conmigo…
(El Salmo 15, a la manera de Dios, Rezandovoy)