Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verlo, lo adoraron; algunos, sin embargo, dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
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Ser uno mismo
y estar en los otros.
Vivir en una soledad
poblada.
Forjar vínculos
indestructibles.
Abrazar sin invadir.
Amar sin anular.
Comunicar sin agotar.
Ser uno mismo.
Ser nosotros.
Crear mundos,
inspirar sueños,
restañar heridas.
Desplegar la vida
en el tiempo.
Hablar en el trueno
y el susurro,
ser batalla sin muertos.
Somos imagen
del Dios de los encuentros.
(José María R. Olaizola, SJ)