Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos.
«Laudate Omnes Gentes» © Autorización de Atheliers et Press de Taizé
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Mi alma te bendice, Señor, y todo mi ser quiere repetir y respetar tu santo nombre.
Quiero bendecirte cada día, sin olvidar todo el bien que has hecho y haces por mí. Tú perdonas todas mis culpas, y curas mis enfermedades. Tú rescatas mi vida cuando caigo en alguna fosa, y me llenas de gracia y ternura. Tú eres compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia, no estás siempre acusándome ni guardando cuentas para siempre por lo que he podido hacer mal. Como se levanta el cielo sobre la tierra, así está extendida tu bondad sobre mí, sobre todos. Como está de lejos oriente de occidente, así alejas tú lo que he podido hacer mal, sin tenerlo siempre delante de mí. Mi alma te bendice, Señor.
(El Salmo 104 en primera persona, adaptación de Rezandovoy)