Queridos hermanos: ¿De dónde proceden los conflictos y luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan entre vosotros? Ambicionáis y no tenéis, asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada, lucháis y os hacéis la guerra, y no obtenéis porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, con intención de satisfacer vuestras pasiones. Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios. ¿O es que pensáis que la Escritura dice en vano: «El espíritu que habita en nosotros inclina a la envidia?». Pero la gracia que concede es todavía mayor; por eso dice: «Dios resiste a los soberbios, mas da su gracia a los humildes». Por tanto, sed humildes ante Dios, pero resistid al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él se acercará a vosotros. Lavaos las manos, pecadores; purificad el corazón, los inconstantes. Lamentad vuestra miseria, haced duelo y llorad; que vuestra risa se convierta en duelo y vuestra alegría en aflicción. Humillaos ante el Señor y él os ensalzará.
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Queridos hermanos, ¿cómo podéis andar con esos conflictos y luchas entre vosotros? ¿Creéis que esto es divertido? ¿No hay algunos que encontráis una enorme satisfacción en la esgrima verbal, en los insultos virtuales, en andar cazando brujas? Insultáis y no construís. Señaláis y no cuidáis. Juzgáis y no amáis. Pedís sin fe, lo que aumenta vuestros egos pero no construye el Reino de Dios. Os encanta el aplauso de hordas afines, sin comprender que seguís a un crucificado. Envidiáis éxitos ajenos, sin comprender que el Espíritu nos llama a la humildad. Pues acordaos, Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes. Por eso, sed humildes. Plantad cara al mal y acercaos a Dios. Dejaos de frases tumbativas, abrid el corazón al prójimo. Arrepentíos de tanta vanidad. Haceos humildes de verdad delante de Dios y Él os ensalzará.
(Rezandovoy, adaptación de St 4, 1-10)