Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed.» Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado - porque aquel sábado era muy solemne - rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.
«Cristo es mi vida» © #
«The Man of Loaves & Fishes» © Permisos pedidos a Assisi Producciones
Cuando muerda el frío,
ateridos, inseguros,
anhelando la hoguera
y sintiendo temor,
siéntate con nosotros,
madre,
en el hogar.
Cuéntanos la historia,
de una muchacha
que no temió
la llamada
que cambiaba todo.
Háblanos de aquel «Hágase»
que abría la puerta sellada
del perdón y la esperanza.
Y de los días inciertos,
de las miradas difíciles,
de las dudas, tan humanas.
Evoca, para nosotros,
aquella intemperie
que fue cuna de la Vida.
Enséñanos tú,
maestra del silencio,
a guardar en el corazón
las respuestas intuidas
que germinan
en fe inquebrantable.
Hasta la cruz.
Y más allá.
Cuando muerda el frío,
envuélvenos,
señora, con tu manto.
(José María R. Olaizola, SJ)