Pedro, volviéndose, vio que los seguía el discípulo a quien Jesús amaba, el mismo que en la cena se había apoyado en su pecho y le había preguntado: «Señor, ¿quién es el que te va a entregar?». Al verlo, Pedro dijo a Jesús: «Señor, y este, ¿qué?». Jesús le contestó: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme».
Entonces se empezó a correr entre los hermanos el rumor de que ese discípulo no moriría. Pero no le dijo Jesús que no moriría, sino: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué?». Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito; y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero.
Muchas otras cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni el mundo entero podría contener los libros que habría que escribir.
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Una voz que grita en el desierto,
que resuena en los valles,
y anuncia en las montañas,
que truena en las pampas
y se proclama en las ciudades.
La voz que prepara la Palabra,
y se reconoce medio no meta,
cauce no desembocadura,
comienzo, no llegada…
Y la voz se presta
para el mensaje veraz,
desafiante y comprometedor…
se hace dócil a la Palabra profunda,
íntima y con proyección.
Palabra única y absoluta.
Te necesitamos Palabra,
para que pongas en tensión nuestras vidas
y permitas el cuestionamiento…
para que veamos tantas incoherencias
y vislumbremos un cambio,
para que experimentemos nuestras inconsistencias
y humildemente, con la voz digamos:
«Palabra, eres imprescindible
en nuestros labios y en nuestras decisiones…»
(Hermana Viviana Romero)