Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
»Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y estos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».
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En tu nombre
recorreré caminos,
afrontaré tristezas,
desvelaré misterios,
veré luz en la niebla,
abrazaré motivos,
renunciaré a la guerra.
Pondré a rendir talentos,
trabajaré la tierra
donde han de echar raíces
tu cruz y tu promesa.
En tu nombre
me opondré a la injusticia,
perdonaré las deudas,
palabras de ternura
escribiré en la arena
daré la espalda al odio,
cinco panes, dos peces
llevaré como ofrenda.
En tu nombre
daré un salto al vacío,
amaré sin reservas
saldré de laberintos
descubriré tu senda,
reiré como un niño
sin miedo a la tormenta,
viviré el evangelio,
me sentaré a tu mesa.
(José María R. Olaizola, SJ)