Jesús habló así a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día no me preguntaréis nada».
«3 hours of beautiful instrumental music» © Compartido en Youtube por Peder B. Helland
Defender la alegría como una trinchera.
Defenderla del escándalo y la rutina,
de la miseria y los miserables,
de las ausencias transitorias
y las definitivas.
Defender la alegría como un principio.
Defenderla del pasmo y las pesadillas,
de los neutrales y de los neutrones,
de las dulces infamias
y los graves diagnósticos.
Defender la alegría como una bandera.
Defenderla del rayo y la melancolía,
de los ingenuos y de los canallas,
de la retórica y los paros cardiacos,
de las endemias y las academias.
Defender la alegría como un destino.
Defenderla del fuego y de los bomberos,
de los suicidas y los homicidas,
de las vacaciones y del agobio,
de la obligación de estar alegres.
Defender la alegría como una certeza.
Defenderla del óxido y la roña,
de la famosa pátina del tiempo,
del relente y del oportunismo,
de los proxenetas de la risa.
Defender la alegría como un derecho.
Defenderla de dios y del invierno,
de las mayúsculas y de la muerte,
de los apellidos y las lástimas,
del azar
y también de la alegría.
(Mario Benedetti)