Muchos de los discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les preguntó: «¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen». Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y añadió: «Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Estoy rodeado de falsas promesas.
Me silba la vida fácil y cómoda de mi sofá.
Me cortejan los placeres que caducan.
Me nubla la seguridad de mis posesiones.
Me invitan a vivir probándolo todo.
Me evangelizan para que sea yo
mi propio dios, mi único centro.
Voces insistentes me repiten:
«Ya te has dado demasiado
y mira lo que has conseguido».
Y ante tantas insinuaciones diarias
para marcharme lejos de ti,
siempre llega tu voz que lo serena todo:
Ven y sanaré tus heridas.
Ven y aliviaré tus cargas.
Ven y te haré vivir una vida llena.
Conmigo nada te faltará.
No te rindas. No desistas. Ven.
Y yo como Pedro te diré:
¿adónde acudiré, Señor, si no es a ti?
(Fermín Negre)