Los judíos se pusieron a discutir entre sí a propósito de Jesús y decían: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».
Esto lo dijo Jesús en la sinagoga, cuando enseñaba en Cafarnaúm.
«Verbum Panis» © Autorización de San Pablo Multimedia
Tomad y comed,
que esto es mi cuerpo,
curtido por el sol de los caminos,
forjado en el encuentro cotidiano
con quien no tiene sitio
en otras mesas.
Cuerpo que habla
con caricias sanadoras,
con miradas benévolas
y una mano extendida
hacia quien la necesite.
Tomad y bebed
la vida a borbotones,
el amor generoso
la justicia inmortal,
Hasta que no haya más sed
en las gargantas resecas.
Bebed, apurad hasta el fondo
el cáliz de la vida
dispuesta a servir,
que la sangre derramada
será semilla de esperanza
para quien hoy llora.
Y después,
haced vosotros lo mismo.
(José María R. Olaizola, SJ)