Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito. ¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿A quién se reveló el brazo del Señor? Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores
«Quiero construirte una casa, Señor » © Difusión libre cortesía de Colegio Mayor José Kentenich
«Reverie» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Hay manos crueles.
Señalan, violentas,
apuntando al justo.
¡Que muera!
Se lava las manos
quien no se complica
ni con la justicia
ni con la verdad.
¡Que muera!
Aplauden, absurdos,
quienes de todo
hacen un espectáculo.
Libera a Barrabás.
Y ese, ¡que muera!
Agarran el látigo,
trenzan las espinas,
despojan de ropas,
empuñan el mazo
o clavan en cruz,
las manos serviles
de quien obedece
a normas injustas.
¡Que muera!
Pero hay otras manos
que ofrecen alivio,
enjuagan cansancios,
comparten el peso,
acogen un cuerpo,
esconden el rostro
surcado por lágrimas,
o se alzan al cielo
en muda plegaria.
Y luego, sus manos,
traspasadas.
¿Dónde están las tuyas?
(José María R. Olaizola, SJ)