Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?». Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?». Él contestó: «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos’». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar». Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?». Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?». Él respondió: «Tú lo has dicho».
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30 monedas de plata;
30 sacos de razones;
30 gestos de egoísmo;
30 reflejos vacíos.
30 miradas hirientes
30 silencios cómplices;
30 perdones negados
30 ofensas gratuitas.
30 piedras arrojadas
30 mentiras;
30 desprecios
30 objeciones.
30 golpes injustos;
30 veces fallar al amigo;
30 decepciones
30 promesas incumplidas.
Eterna incomprensión
de tu evangelio,
de tu Reino.
Y una pregunta, necesaria,
para no caer en la ceguera
de quien no quiere ver…
«¿Soy yo, Maestro?»
(José María R. Olaizola, SJ)