Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
«Hoy quiero cantarte» © Difusión libre cortesía de Colegio Mayor José Kentenich
«After Hours» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
El cuerpo ante ti es un cirio quieto
en la noche de la historia, de las ideas, de los proyectos,
consumiendo las horas como cera.
El pensamiento está inmóvil como la llama afilada,
sin la más leve brisa que altere su perfil luminoso y quieto.
El corazón, cristal naranja encendido
con la lumbre remansada
de tantos encuentros infinitos.
Las pupilas, redondas como la boca de una tinaja vacía,
se dilatan en lo oscuro atisbando tu presencia.
Sólo se oye el crepitar del fuego, y el aliento de la vida
que llega desde ti frotando levemente el aire en que camina.
Y al verte y acogerte, se aviva la llama, iluminando la noche,
transparentando la cera,
transfigurando en luz las ausencias y tinieblas.
Y toda la persona se va haciendo luz recibida
brillando gratuita en tu templo, mundo oscuro de injusticias,
de fugaces estrellas que deslumbran un segundo,
de neón inquieto, impuesto con astucia.
En la adoración de cirio alerta,
para iluminar tú nos haces luz desde dentro,
sin necesidad de llevar en las manos
una brasa prestada y pequeña.
(Benjamín G. Buelta, sj)