Al llegar a la región de Cesarea de Filipo Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
«Tierra Santa» © Con la autorización de Confia2 y Juan Susarte
Atar no es apresar,
retener
o condenar
a uniones forzosas.
Es unir.
Unir personas, formando comunidad.
Afectos, trenzando amor.
Caminos, recorriendo proyectos.
Momentos, escribiendo historias.
Creencias, haciendo Iglesia.
Desatar es liberar
de pesos innecesarios.
De la carga hiriente.
Del mal que apresa.
De la ley que oprime
Del prejuicio que ciega.
De ídolos que seducen.
De brillos que ciegan.
Hacen falta testigos
que sepan atar lo roto
y desatar lo preso.
Hacen falta
destructores de cadenas
y forjadores de vínculos,
que empiecen a tejer,
aquí y ahora,
lo eterno.
(José María R. Olaizola, sj)