Esto dice el Señor Dios: «Grita a pleno pulmón, no te contengas; alza la voz como una trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados. Consultan mi oráculo a diario, desean conocer mi voluntad. Como si fuera un pueblo que practica la justicia y no descuida el mandato de su Dios, me piden sentencias justas, quieren acercarse a Dios. ‘¿Para qué ayunar, si no haces caso; mortificarnos, si no te enteras?’. En realidad, el día de ayuno hacéis vuestros negocios y apremiáis a vuestros servidores; ayunáis para querellas y litigios, y herís con furibundos puñetazos. No ayunéis de este modo, si queréis que se oiga vuestra voz en el cielo. ¿Es ese el ayuno que deseo en el día de la penitencia: inclinar la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza? ¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?
Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá; pedirás ayuda y te dirá: ‘Aquí estoy’».
«Una historia regalada» © Difusión libre cortesía de Ixcís
«Soliloquios» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Esto dice el Señor: habla con valentía; no te escondas ni te calles; en tu vida, con tu familia, en las redes sociales, con tus gentes… donde tengas oportunidad. Denuncia la forma en que lo injusto rompe historias. Denuncia las mil maneras en que se destruye la vida y se abusa del pobre. Denuncia la hipocresía de quienes llevan mi nombre en los labios, pero viven lo contrario. Denuncia a quienes quieren manipularme a base de oraciones y enarbolando su supuesta virtud, como si mi bondad dependiera de sus méritos y de sus ayunos. En realidad, el día del ayuno prescinden de lo superfluo, pero siguen acumulando vanidad, poder, riqueza o prestigio. Presumen de cumplir, mientras siguen lejos de mí. ¿A eso llamáis ayuno, día agradable al Señor?
Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, no poner pesos imposibles sobre los otros; romper toda forma de opresión y exclusión; compartir tus bienes, que hay tanta gente pasando penuria; acoger al extranjero y no desentenderte del prójimo. Ya verás cómo entonces tu ayuno se convierte en luz, y descubres que yo siempre estuve contigo. Sólo tenías que llamarme así, para que yo te dijera: «Aquí estoy».
(Rezandovoy)