Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Entonces le presentaron un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le rogaron que impusiera la mano sobre él. Jesús, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effetá», que quiere decir: «¡Ábrete!». Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente.
Jesús les pidió que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más insistía, más lo pregonaban. Y llenos de asombro comentaban: «Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
«Tierra nueva de la Trinidad» © Difusión libre cortesía de Colegio Mayor José Kentenich
Padre, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras,
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad
se cumpla en mí,
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor
de que soy capaz,
porque te amo.
Y necesito darme,
ponerme en tus manos
sin medida,
con una infinita confianza,
porque Tú eres mi Padre.
(Charles de Foucauld)