Jesús comenzó a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios».
Entonces dijo a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta».
«En él solo la esperanza » © Autorización de Cristóbal Fones
«Debut» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Jesús de Nazaret,
no todos cuelgan
de una cruz como la tuya,
clavada en la geografía
y en la historia de la ignominia,
con un pueblo sin palabras
pero con ojos de testigo,
y con generaciones humanas
que te contemplan, te aman
y veneran tu imagen
en cuellos, templos y destinos.
Pero hay muchos que arrastran
cruces atornilladas cada día
en los hombros y el cerebro,
y desangran su amargura
sin llantos, sin amigos,
gota a gota, paso a paso,
por el suelo que pisamos
con prisa que no mira.
¡Solo existen en el hogar
de tu corazón herido
que nunca cicatriza!
(Benjamín González Buelta, sj)