Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos». Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?». Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo».
Entonces dijo Pedro a Jesús: «Ya ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?». Jesús les dijo: «En verdad os digo: cuando llegue la renovación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos primeros».
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¿Cuánto poner en juego?
Ni mucho ni poco… todo.
Menos que eso no basta.
Toda la ternura que uno pueda
sembrar en los gestos.
Todo el valor
para volcarlo en los pasos.
Toda la verdad
para plasmarla en versos.
Todo el furor
para mostrarlo en la brega
contra lo injusto,
contra lo hueco.
El corazón entero en la búsqueda
y la urgencia toda tras tus huellas.
La compasión no puede
partirse en migajas,
ni la fe se puede celebrar a ratos.
Te estremece del todo el dolor
del hermano, o no basta.
No cabe en el amor el cálculo
o la estrategia, sino un salto al vacío
radical, definitivo, tras tus huellas,
en tu nombre. A tu modo.
O no es Amor.
(José María R. Olaizola, sj)