Los discípulos dijeron a Jesús: «Ahora sí que hablas claro y no usas comparaciones. Ahora vemos que lo sabes todo y no necesitas que te pregunten; por ello creemos que has salido de Dios».
Y Jesús les contestó: «¿Ahora creéis? Pues mirad: está para llegar la hora, mejor, ya ha llegado, en que os disperséis cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está conmigo el Padre. Os he hablado de esto, para que encontréis la paz en mí. En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo».
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Dicen que si escucho muy dentro
ahí habitas.
Más dentro que el miedo o el coraje.
Más profundo que la risa o la lágrima.
Más mío que la certeza o la duda.
Más amor que el más tierno abrazo.
Dicen que tu voz arrulla los vacíos
y tu silencio acalla los ruidos.
Dicen que sacias el hambre
de quien no sabe,
de quien no tiene,
de quien no puede,
de quien no llega…
Y vuelcas, en mí, palabras de evangelio
y justicia, de perdón y paz,
de llamada y envío, de encuentro…
nombres que en toda lengua se entienden.
Agua fresca en la garganta reseca,
rescoldo de una Vida
que se niega a rendirse,
serenidad en la hora crítica,
tormenta en la historia insípida,
puente que salta abismos imposibles…
…haciendo de mi casa pequeña
la mansión de un Dios.
(José María R. Olaizola, sj)