Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
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Nos tienta el ser dueños,
nos atrae el asir,
nos moviliza el poseer…
Y en el monte
cuando subes nos dices:
no se aferren,
no se apeguen,
no tengan.
Porque mi presencia
está asegurada.
Mi compañía es una certeza,
y mi persona,
la única posesión válida.
Entonces descubrirán la plenitud,
la verdadera alegría,
la paz que nadie quita…
y serán fecundos.
Ahora,
vayan,
anuncien,
proclamen…
(Viviana Romero)