Jesús dijo a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él».
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Y el Espíritu vino,
para recordarnos la verdad,
para que tengamos memoria agradecida
y corazón misionero.
Entonces balbuceando dijimos:
ven,
ilumínanos,
llénanos,
sánanos…
Abrimos los labios,
y nos puso las palabras justas,
alentándonos a ser
personas sabias.
Abrimos los oídos, y escuchamos
el dolor silencioso de los pobres,
el lamento hecho susurro
de los «nadies».
Abrimos nuestras heridas
y sentimos el soplo sanador y cicatrizante.
Abrimos el corazón
y nos encontramos…
amigos, hermanos, familia…
(Hermana Viviana Romero)