Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre
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Uno quisiera tener todo en sus manos y al final no tiene nada.
Cuando se anima y descubre que no tiene nada,
recién ahí puede disfrutar de todo.
Descubre la luz y la vida de la entrega,
el descanso en el abandono,
ese lanzarse y siempre ser sostenido.
Manos que sostienen y protegen sin ser las propias.
Manos que acarician y nutren del otro lado del abismo y del silencio.
Quisiera tener todo en sus manos; el miedo lo frena y no se suelta.
Teme la caída y hace de la soledad una máscara oscura.
Nacer de nuevo es la propuesta de la Voz en aquellas mismas manos.
Donde el abismo se torna rostro de Amor.
Mirada tierna, sonrisa de Reino y manos que abrazan lágrimas.
Así descansar en la misma entrega
y no hacer nada más.
(Marcos Alemán)