Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
«Todo es de todos» © Difusión libre cortesía de Luis Guitarra
Estaba listo el banquete.
Se hacía la boca agua
al contemplar manjares
presentados con esmero.
Cada plato seducía
más que el anterior.
Había propuestas
para todo paladar.
Los invitados anticipaban
con la vista
sensaciones prometidas
en el festín ingente.
La cortesía duró un instante.
Se abalanzaron,
ansiosos, sobre el convite.
El ansia dio paso
a la desilusión.
Se miraron, decepcionados.
Nada tenía sal.
Si hubiera estado
no la habrían extrañado.
Pero sin ella
ningún sabor encajaba.
(José María Rodríguez Olaizola, sj)