Qué bondad tan grande, Señor, reservas para los que te temen, y concedes a los que a ti se acogen a la vista de todos.
En el asilo de tu presencia los escondes de las conjuras humanas; los ocultas en tu tabernáculo, frente a las lenguas pendencieras.
Bendito sea el Señor, que ha hecho por mí prodigios de misericordia en la ciudad amurallada.
Yo decía en mi ansiedad: «Me has arrojado de tu vista»; pero tú escuchaste mi voz suplicante cuando yo te gritaba.
Amad al Señor, fieles suyos; el Señor guarda a sus leales, y a los soberbios los paga con creces.
«Padre Nuestro. Un nuevo modo de ser» © Difusión libre cortesía de Ixcís
«Meditative Guitar» © Usado bajo licencia no comercial Creative Commons
Señor de bondad,
cuando me rodee la tentación de la venganza,
llena mis manos de tu ternura
para derramarla como un río
que alcance a quien busca mi mal.
Señor, refugio mío,
cuando sienta que ya no puedo más
por las afrentas y golpes de la vida,
rodéame con tus brazos y no me sueltes.
Acurrúcame fuerte en tu pecho.
Señor de toda bendición,
cuando sienta el corazón
mendigo de afecto y amor,
rózame con las yemas de tus dedos
y disipa mis soledades y tristezas.
Señor de bondad, refugio mío,
Señor de toda bendición,
en ti confío.
(Fermín Negre)