Jesús, saliendo de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dijeron: «Todos te buscan». Él les dijo: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido».
Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Cuando la fiebre más honda arda
y queme,
cuando intentes tirar la toalla,
cuando la vida no tenga sentido,
cuando los demonios
te animen a lo perverso.
Cuando te desconozcas por entero,
y hayas olvidado los milagros…
vuelve,
vuelve sin prisa y con alma
a la raíz.
Los abrazos que sostienen,
los besos que son ungüento,
las palabras justas que calman,
los amores y los amigos que dan la vida.
El sentido más hondo late y resuena.
Vuelve a erguirte,
te doy mi mano: sano tu fiebre, tu herida, tu fracaso.
No es tiempo de rendirte,
tu vida vale mi vida entera sin reclamos.
(Malvi Baldellou)