Llegó Jesús a Cafarnaum y el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios». Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él». Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.
Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.
«La lluvia de tu misericordia» © Difusión libre cortesía de Ixcís
Muchos espíritus inmundos
siguen vivos y sueltos,
buscando corazones que conquistar.
Tambores de la ira y la violencia
que entonan sones de guerra.
Dejad de bailar en mis adentros.
Pensamientos
que dan vueltas y vueltas.
Huid lejos. Dejad tranquila mi cabeza.
Manipuladores de palabras
y falsas promesas,
lobos con apariencia de corderos,
inquisidores de lo que se debe decir
en estos nuevos tiempos.
Enmudeced. Volved a vuestras cavernas.
Romped los bozales y las riendas.
Nostalgias que vuelven y vuelven
encarnando culpas y tristezas.
Quedaos en el pasado.
Sabed que me siento perdonado.
Miedos e incertidumbres futuras
que engullen la alegría del presente.
Viajad lejos, allá donde no os encuentre.
Muchos espíritus inmundos siguen vivos y sueltos,
buscando corazones que conquistar.
Cuando veas alguno, Señor,
cortejando mi jardín,
pódalo pronto y mándalo salir.
(Fermín Negre)